Disculparme si resulto pesada o si parezco
despistada pero escribo estas líneas por la noche y después de habernos
soplado 3 botellas de vino de rioja (nuestros mini-patrocinadores) entre
4 personas.
El día comenzaba para nosotros temprano en el museo
dando los últimos retoques a todo. Partimos del hotel con nuestra
intérprete Emilia, una chica china que adoptó ese nombre como homenaje a
un personaje de Delibes, que imprudencia. Quedamos con el subdirector
del museo Elvis Gu, para dar los últimos retoques a la inauguración que
resultaron ser muchos.
Dando los últimos retoques |
Quedaba pendiente: la alineación de las cartelas,
la impresión en formato cartela del premio obtenido por uno de los
cuadros, las mesas para catálogos, los medios asistentes a la rueda de
prensa, el catering, el orden de los discursos y la disposición de las
mesas. Como veis de últimos retoques nada de nada.
Rodeados de chinos con aire displicente decidimos
empezar a dar órdenes a diestro y siniestro, (no entienden otra cosa).
Una vez conseguimos que Elvis nos imprimiera las 2 cartelas que
faltaban, yo me las ingenié para volver a adentrarme en el reino del
bedel (el sótano) rechazando unas tijeras. Yo quería el cutter y la
regla que solo el bedel me proporcionaba. Así descubrimos que en ese
reino subterráneo lleno de herramientas del siglo XIX (a pesar de que el
edificio es modernillo) no solo habita el bedel, sino toda su familia
que a su vez ejercen diferentes roles en el museo. En fin, una vez
hechas las cartelas lo demás fue coser y cantar.
Pues bien, no voy a aburriros con los pormenores y
pasaré a la acción. A las 13.30h llegó el cámara que teníamos
contratado. Muy profesional, me situó frente a uno de los cuadros y me
rodeó de discos de papel de plata para controlar la iluminación sobre mi
cara, como explicarle a ese chino que los años no perdonan. Parecía
tarea imposible, así que me dejé llevar y que hiciera su trabajo.
A las 14.30h estaba prevista la rueda de prensa.
Los medios fueron llegando a cuentagotas y empezamos a las 15.00h.
Susana y Pelle dieron sus respectivos discursos en inglés (traducidos
por Emilia al chino) y luego me tocó a mí, que me tomé la libertad de
darlo en español ya que habría que traducirlo igualmente y nadie hablaba
ni papa de inglés.
Ante la cara de aburrimiento de los periodistas
chinos decidí llevarlos de tour turístico por la exposición, lo cual no
solo los despertó sino que resultó ser un éxito. Me acribillaron a
preguntas. Tal es así que cuando llegamos a la planta baja Elvis Gu dijo
que ya estaba bien y que debía comenzar la ceremonia.
De nuevo más discursos, el director del museo
dedicó unas palabras muy amables sobre mi obra y se dio el pistoletazo
de salida para los canapés. Tal cual lo digo, ni una plaga de langosta
es tan eficaz. En 5 minutos más de cien chinos se abalanzaron sobre el
catering de tortilla de patata, pimientos del piquillo y demás viandas
hispánicas hasta que solo quedaron los rabos. El cocinero me guardó una
muestra para que pudiera comer algo, que está feo que el que lo paga no
coma.
El resto del tiempo fue un ir y venir de
felicitaciones, preguntas e intercambios de tarjetas, con un punto
estrella del rock ya que todo dios quería hacerse una foto conmigo
delante de algún cuadro.
Como en las bodas, se coló algún espontáneo. De
hecho un señor con pinta rara me escribió una carta de tres folios (en
chino, claro) que la intérprete se ocupó en traducirme. Hoy no me queda
rencor para explicar el contenido, pero ya puedo decir que tengo fans de
frenopático chino.
Después del intenso día quisimos invitar a Susana a
tomar algo y ella nos propuso ir a su casa para conocer a su marido. La
ocasión la pintaban calva ya que nos habían regalado unas botellas de
rioja y en el aeropuerto hoy por hoy estas cosas son un marrón.
Total, hemos acabado el día celebrando con vino español, lo que sea después se verá.